MADRID: EL OBJETIVO CATALÁN

11 ENERO 2022
(Artículo publicado en eldebate.com el 31/12/2021)
Las casualidades son como las meigas. No soy de los que las niegan, pero sí es cierto que mi creencia se debilita a medida que la reiteración en lo accidental empieza a ganar terreno. Cada repetición de lo impensado carga un poquitín más el plato de los recelos, hasta que llega un momento en el que la balanza termina definitivamente inclinada a su favor. Un fallo, un error, puede ser casual y encontrar una excusa justificante; pero cuando surge una segunda disculpa para una segunda vez, y una tercera para la siguiente, y una cuarta y una quinta para las sucesivas, entonces resulta normal que el escepticismo nos haga fruncir el ceño y que ponga en jaque al crédito inicial que concedimos a la carambola.
Entre los jóvenes catalanes, entre los universitarios al menos, hace tiempo que percibo una corriente que fluye en dirección a Madrid. Y la ciudad castellana, claro, ha sabido aprovechar –y potenciar– su nada desdeñable vis atractiva. Cada vez son más los veinteañeros barceloneses que quieren ir a trabajar a la capital o a labrarse allí su futuro profesional. ¿Se debe ello a la mera casualidad?
Uno de estos jóvenes a los que me refiero es mi hijo mayor. Ha querido cursar un máster que en España sólo se imparte en Madrid y eso le ha obligado a hacer las maletas. En realidad, que el máster no existiera en Barcelona fue una suerte para él, pues hacía tiempo que deseaba seguir los pasos de varios de sus amigos y mudarse a la capital del reino. Él ya conocía la ciudad, y la plaza, por diversos motivos, le llamaba positivamente la atención. En Madrid las noches tenían vida. Todas, no importaba si era lunes, jueves o domingo, sus calles y bares estaban siempre abarrotados de juventud. Contaba con multitud de sitios que podía ir descubriendo sin necesidad de repetir. Variedad, opciones, alternativas. Gente sana, abierta, educada. «¡Aún no he visto ni una pelea!», me contaba, cuando en Barcelona lo raro era no tener que sortear alguna que se organizara en sus inmediaciones. «Aquí la bandera de España es lo más normal, la lleva todo el mundo: taxistas, camareros… ¡es supercomún!». Me explica, sorprendido, que la amabilidad y la honradez son la tónica general y que cualquiera está dispuesto a ayudar si lo necesitas. «La gente aquí es menos esquiva que en Cataluña». También más espléndida. Le sorprende sobremanera que cuando pides un refresco, en cualquier bar, te lo sirvan ya con alguna tapa, a la que invita la casa. «Es otro mundo». Madrid, sin duda, lo ha cautivado.
Pero él no es una excepción. Ahora sólo ha podido comprobar en primera persona que lo que le contaban sus amigos, los que le habían precedido en la aventura, no era una exageración. Otros, siguen en Barcelona. Pero, como me dice, «todos quieren venir». Y es que hoy hay que reconocerlo: Madrid está de moda e irse allí, un objetivo.
Cuando yo tenía su edad, la cosa era distinta. Barcelona era la envidia. Una ciudad cosmopolita, abierta, vanguardista y moderna en la que la cultura más alternativa y underground se abría paso al doble de velocidad que cualquier otra. También era canalla, transgresora y rebelde. Era el Londres español y el Nueva York de la península. La esencia de lo que aquí se respiraba la recogió con una cierta sorna la conocida canción de Los Refrescos «Aquí no hay playa»: no había nada como Barcelona.
Echo la vista atrás y la nostalgia me gana la batalla. Yo viví la gran Barcelona y también estoy viviendo su declive, el de esta maravillosa ciudad. Porque maravillosa lo sigue siendo… pero menos. Los jóvenes continúan teniendo donde ir a divertirse por la noche; pero la oferta es reducida. Hay menos trabajo, menos oportunidades, menos empresas y, sobre todo, más trabas; hay universidades «tomadas», hay miedo, delincuencia, inseguridad, fanatismo. Aunque la intensidad ha bajado enteros, el señalamiento –bidireccional– sigue existiendo. En Madrid el desacuerdo es menos beligerante, hay más respeto y, por qué no decirlo, también mayor libertad. Porque la libertad recibe allí el apoyo de las instituciones. Quien no quiera ir a los toros no lo hará; pero Las Ventas abre las puertas cada semana a sus aficionados. Se protege al autónomo facilitándole que pueda levantar su persiana por la mañana y se le afloja la soga cuando aprieta demasiado al cuello. Cualquiera es bienvenido en Madrid; cualquiera que quiera crecer y prosperar es recibido allí con los brazos abiertos. Como en la Barcelona de antaño.
No me extraña que los jóvenes, por lo general, aspiren a ir a Madrid. Porque ven que ahí las cosas se hacen de otro modo; que existe otra manera y que esto se les queda pequeño. Entre provincianismo y exogamia, la juventud prefiere lo segundo. Madrid lo pone fácil, es atractiva y los jóvenes, que no son tontos, allá que se van. Muchos, cada vez más. Demasiados como para que sea una simple casualidad.

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