INSULTOS BURLADOS
(Artículo publicado en «La Razón», el 20/09/2021).
Cuando Javier Tebas tuvo la ocurrencia de perseguir los insultos proferidos por los aficionados en los campos de fútbol, a mí la cosa no me cuadraba. El fin último era combatir la violencia desde su germen y se pensó que sería bueno cortar esos brotes, esas pinceladas iniciales del gran mural que suponían los desahogos de los más furibundos. Pero yo no veía claro que, jurídicamente, se pudiera sancionar a un club porque su afición enaltecida cantase las rimas de siempre, pero cambiando palabras, en plan «Piqué, ‘capón’, tu hijo es ‘platicón’» o «¡Sergio Ramos, hijo de ‘astuta’!». Porque eso de que «Hecha la ley, hecha la trampa» es más viejo que el sol; y la trampa, muchas veces, tiene importantísimos argumentos de defensa.
La semana pasada me venía revolviendo el estómago el anuncio de la marcha en Mondragón en apoyo del etarra Henri Parot, que lleva encarcelado treinta y un años ya, el pobrecito, de los 4.800 a que está condenado. La justicia, maniatada por las leyes como lo estuvo Miguel Ángel Blanco cuando se lo cargaron de dos tiros, tuvo que permitir la manifestación programada, porque no tenía elementos que indicasen que ahí se podría cometer un delito de enaltecimiento del terrorismo. ¡Qué va, hombre! Aquellas gentes, con total seguridad, lo que iban a soltar eran proclamas continuas a Santa Teresa, mezcladas con cánticos de «Imagine» y de «We are the world».
El Gobierno, en idéntica posición que la justicia y que Miguel Ángel, a callar. No vaya a ser que se enfaden sus socios, los amigos de Henri; o los otros, a los que ahora sólo les importaba la libertad de expresión y la de manifestación. Las mismas libertades que les preocuparían –por supuestísimo– ante concentraciones a favor del policía González Pacheco (el conocido como Billy «el niño») o del propio Franco. Porque lo de Parot es distinto, hombre. El chaval se cargó a treinta y nueve personas e hirió a doscientas cuarenta más. Vale, quizás se le fue un poco la mano. Treinta y nueve hijos, treinta y nueve padres, a los que otro hijo –éste, de puta– arrancó gratuitamente su vida. Treinta y nueve familias marcadas para siempre por el angelito, sin olvidarnos de las otras doscientas cuarenta.
La marcha, finalmente, se suspendió ante la «presión popular y social» y para evitar la confrontación con las contramovilizaciones organizadas por varias asociaciones afines a las víctimas del terrorismo. Mera pantomima. Sólo se cambió el plan inicial por otra convocatoria, con el mismo lema, a celebrarse ahora en diversos pueblos.
Hoy muchos sabrán cómo se debían sentir Sergio Ramos y Gerard Piqué cuando, en puridad, nadie les insultaba.