RACISMO DE ETIQUETA
Ya la tenemos liada. En un partido de fútbol, un árbitro ha identificado a una persona por el color de su piel, y el pitote generado, como era de prever, ha tenido trascendencia mundial en cuestión de minutos. La chispa prendió una hoguera que contó con leña seca de primerísima calidad, al corresponder el encuentro a la Liga de Campeones y ser, en consecuencia, retransmitido para medio mundo. Por si esto fuera poco, uno de los equipos era el mediático Paris Saint Germain, de modo que se dieron todos los ingredientes para que la colilla mal apagada acabara provocando el incendio de San Francisco.
Todo nace cuando el cuarto árbitro advierte al trencilla principal que un miembro de uno de los banquillos debe ser amonestado. «¿Cuál?», pregunta aquél. «El negro de allá. Anda y fíjate quién es. Es el negro que está allá», sentenció su ayudante, identificando a la persona en cuestión.
Encendida la mecha, las alarmas de la susceptibilidad saltaron por los aires. Cabría la posibilidad de que el desdichado autor de la polémica expresión no la hubiese empleado con tintes racistas; que no pretendiese menospreciar al afectado ni discriminarlo peyorativamente. Igualmente, también podría ser todo lo contrario, y que se hubiera referido al individuo en forma despectiva a causa del color de su piel. Pero de las dos interpretaciones posibles, únicamente interesa la primera. A la prensa, a la sociedad, al mundo.
Hombre, si entre un grupo de personas, una tiene un color de piel –negro o blanco– diferente al resto, no veo yo algo tan raro tirar de este sencillísimo elemento diferencial para identificarlo entre los demás. Es lo que haría cualquier niño, por ejemplo, explotando al máximo su candor, su sentido común y su inocencia. No creo que nadie se le tirase encima por ello y dudo que alguien abogara por aplicarle un castigo ejemplarizante. Pero, tratándose de un adulto, la cosa cambia.
En determinados temas, en los más espinosos, vivimos en alerta constante, a la defensiva, esperando que alguien cometa un error, sufra un desliz, para saltar sobre él como alimañas salvajes, para destrozarlo y ejecutarlo, sin concederle el derecho a la defensa; o mostrándonos, en todo caso, predispuestos a desbaratar cualquier argumento que pudiera esgrimir a su favor. Juzgamos por el procedimiento sumarísimo y prescindiendo de los elementos de prueba. No nos interesan, porque la sentencia ya la hemos dictado de antemano y, generalmente, en sentido condenatorio. Quien llame «negro» a una persona de raza negra, es, sin más, y automáticamente, un racista. Prescindiendo de su intención, de sus convicciones y de su mejor o peor voluntad, que es, precisamente, lo que debería primar. Pudiendo colgar a alguien la etiqueta de «racista», no hay que desaprovechar esa oportunidad, prescindiendo de cuál sea la realidad, de cuál sea la verdad. Y con la etiqueta colgada, aun pudiendo ser falsa, que viva ya el resto de sus días.
Paradójicamente, a la inversa no se produce la reciprocidad que cabría esperar. Igual han existido, pero yo nunca he conocido de una manifestación en protesta por que un negro haya llamado «blanco» o «blanquito» a alguien de esta raza, ni siquiera cuando lo haya hecho con evidentes muestras de racismo.
Desde luego que yo no me ofendo cuando alguien, desprovisto de toda perversidad, se refiere a mí como un minusválido, un inválido o cualquier otro sinónimo que no encaje en el ridículo diccionario de lo «políticamente correcto» («persona con capacidades diferentes», «de funcionalidad diversa» o chorradas similares). Lo esencial, lo importante, es la intención que tenga la persona cuando se dirige a uno, mucho más, desde luego, que la mayor o menor pericia que tenga en la elección de las palabras. La susceptibilidad es muy mala y en nada favorece a la concordia, que es lo que deberíamos primar y potenciar en nuestras relaciones. Pero, claro, eso no vende. La bonhomía no genera polémica. No mola.
Si en un partido de fútbol, una persona de raza blanca, única del banquillo de ese color, insultara al árbitro (por ejemplo), no me parecería raro que al preguntar el árbitro a su ayudante quién había proferido el insulto, éste identificase al sujeto como «Ése de ahí, el blanco». Si «ése» fuera yo, a lo mejor me cabrearía ante la inminente expulsión; puede que me arrepintiera de mi acción; pero, desde luego, que no me ofendería. No vería tintes racistas en la identificación, sino mero sentido común.
Pero entonces, la historia no le interesaría a nadie. De hecho, no habría historia. Ni para la prensa, ni para la sociedad, ni para el mundo. Igual es que soy muy raro.
Racismo = Nacionalistas
Raza Aria , Vascos con Rh – , Catalanes supremacistas al resto de españoles , ojo !! No al resto de los europeos , solo superiores al resto de españoles ( no incluyen a los vascos , porque tienen un Rh parecido ).
Y así iremos con la ley Celaa , al «Racismo Autonomico» (sniff, sniff ).