DÍA MUNDIAL DE LA SONRISA
El primer viernes de octubre se celebra cada año el día mundial de la sonrisa. Con este motivo, el pasado cinco de octubre fui invitado a dar una conferencia para una empresa de Barcelona. Inicialmente, me sentí muy halagado, pensando que alguien de la empresa me hubiera identificado o relacionado de algún modo con un tema tan atractivo y simpático como es una sonrisa; y, con esa honrilla, cuando llegó el momento, empecé a preparar la charla.
Descubrí que había días mundiales e internacionales para casi todo: desde los días mundiales contra las grandes enfermedades (cáncer, sida, lepra, diabetes…), hasta el día mundial contra alguna enfermedad que ni siquiera conocía, como la retinosis pigmentaria (palabra de honor que tiene un día mundial). También encontré días mundiales que nos invitaban a reflexionar sobre la existencia y crueldad de determinadas situaciones indeseables (explotación sexual de la mujer, trata de personas o explotación laboral infantil); e incluso auténticas curiosidades, como el día mundial del orgullo friki, el de lavarse las manos y otros por el estilo.
Todos estos días, de alguna manera, persiguen que las personas nos concienciemos de la existencia de aquello a lo que van referidos. Es decir, que, al menos ese día, un día al año, nos acordemos de aquello que nos invitan a recordar.
Entonces, pensé en el día mundial de la sonrisa. ¿Qué significado tenía? ¿Qué se perseguía con el mismo? Si nos guiamos por la regla general, parecería que con su celebración se pretendiese concienciar a la población de que debemos sonreír con mayor frecuencia, casi como si se quisiera recordar que, al menos ese día, un día al año, deberíamos sonreír más –o a más personas– de lo que lo hacemos habitualmente. Y eso, de ser así, resultaría bastante penoso. El día de la sonrisa estaría pensado, paradójicamente, para resaltar una triste realidad, y es que sonreímos poco, seguramente menos de lo deseable.
Personalmente, entiendo que la sonrisa sincera, la verdadera, la que brota naturalmente desde nuestro interior (la que se contrapone a esas sonrisas falsas, hipócritas e interesadas, que también las hay) es un magnífico indicador del grado de agradabilidad que tenemos las personas. Una buena sonrisa hace agradable a su emisor y también desempeña un papel importante a la hora de inyectar dosis de buen rollo en el ambiente, contribuyendo incluso, en ocasiones, a apaciguar situaciones incómodas o antipáticas. ¿Qué sentido tiene, entonces, no ser más prolífico en la sonrisa? ¿A qué obedece su racanería?
Alguno podría pensar que no pocas veces el problema podría estar vinculado a una cuestión de timidez. Pero mucho me temo que se debe más bien a motivos de mera antipatía y escaso interés en ser agradables con los demás y, con ello, en hacerles también la vida agradable, valga la redundancia. Tan triste como cierto.
Para ser agradables no hace falta acudir a algún curso de formación, realizar un máster o estudiar una carrera. Todos sabemos lo que tenemos que hacer para lograrlo y, por ello, no precisamos que nadie nos lo enseñe. Bastan un tanto de amabilidad, otro de decoro y una pizca de cordialidad, y ya tendríamos la receta mágica. Pero, aun así, siendo tan sencillo de conseguir, hay quien se niega a preparar el plato.
A mí todo esto me hace llegar a una conclusión que puede parecer algo dura, pero es como lo siento: y es que quien no es agradable es porque no le da la gana. Porque sabe lo que tiene que hacer para serlo, porque nada tiene que aprender y porque nada, más que su propia decisión, se lo impide. Por eso siempre digo que, para mí, ser agradable no es sólo una virtud. También es un deber, una obligación moral.
Si lo entendemos así y obramos en consecuencia, facilitando con nuestra actitud la vida a las personas que nos rodean –o, cuando menos, intentándolo– veréis como el primer viernes de octubre de cada año nadie nos tendrá que recordar que debemos sonreír más, porque ya nos habremos ocupado nosotros mismos de hacer que cada día de la semana, cada día del mes y cada día del año sea, para nosotros, el día mundial de la sonrisa.
Gracias, lo cierto es que sería estupendo que todos sonrrieramos cada día, seríamos más felices y no enfermariamos tanto.
A mí no me tendrás que convencer… 😉 Un saludo.