QUERER CON MAYÚSCULAS

22 NOVIEMBRE 2016

No hace mucho, quedé con un amigo para comer en un restaurante de Barcelona. Quería comentarle un proyecto que tengo en mente, en el que él quizás podría jugar algún papel. A lo largo de la comida, salió el tema de mis conferencias. Me preguntó que de qué hablaba en ellas, y le dije que, si bien el mensaje que pretendo transmitir va siempre en una misma dirección, lo cierto es que no repito lo mismo en todas ellas; suelo cambiar de contenidos, utilizo ejemplos reales que he vivido en primera persona (o que conozco muy directamente), improviso… La finalidad es siempre invitar al oyente a una reflexión y que salga convencido del mensaje que pretendo transmitirle. La realidad de los ejemplos que utilizo, demuestran que la teoría se puede llevar a la práctica muy fácilmente si uno quiere; y ello resulta de gran ayuda para reforzar el convencimiento de cada uno.

—Sí —me dijo—, pero ¿cómo consigues luego que yo te haga caso? He estado en varias de estas conferencias —continuó— y siempre sales de ellas muy “enchufado”; pero luego, llegas a tu casa y vuelves a la realidad y a seguir haciendo las mismas cosas que hacías antes. Has reflexionado, has pensado que está muy bien lo que has oído, que el conferenciante tiene mucha razón, pero… ahí se queda todo.

—Tienes toda la razón, Ramón. Desgraciadamente, eso es lo normal… Sin embargo —añadí—, esa es precisamente mi misión, mi reto: lograr convencerte de que lo que has oído no son sólo bonitas palabras, sino que puedes llevarlas a la práctica de la misma forma que lo hacen otras personas que son exactamente como tú, que no se diferencian de ti en nada. Lo conseguiré o no, pero puedes apostar a que te sentirás tentado. Eso sí, ten por seguro que nada podré conseguir si tú no pones de tu parte, sin tu colaboración. De hecho, sólo depende de ti…

Realmente, no hace falta una profunda reflexión para darnos cuenta de que, como personas, todos tenemos muchas cosas en las que podemos mejorar (unos más que otros, pero aquí nadie se salva). A partir de aquí, habrá quien tenga mayor interés en mejorar y a quien le importe menos el tema. Pues bien, entre los primeros, el único enemigo que podemos encontrar en el camino somos nosotros mismos, absolutamente nadie más. Si queremos ser más generosos, más solidarios, más amables o menos egoístas, por ejemplo, ¿quién nos lo puede impedir?

En el campo del desarrollo personal (para mí, el “desarrollo personal” no es otra cosa que la búsqueda de la mejora de cada uno como persona), somos nosotros quienes elegimos cómo queremos ser. Por eso, nuestro desarrollo personal  depende exclusivamente de nuestra propia voluntad de mejorar. Pero no una mera voluntad, en minúsculas, sino de una AUTÉNTICA voluntad, una voluntad REAL y VERDADERA de hacer algo para llegar a donde queremos. Quizás tengamos que renunciar a algo o modificar alguna conducta; pero ese y nada más que ese será el precio que tendremos que pagar para lograr nuestro objetivo. El tema es si realmente estamos dispuestos a pagarlo o no…

Es evidente que, por mucho que queramos, no nos vamos a volver mejores personas de la noche a la mañana. No, eso requiere un proceso. Pero este proceso nace en todos los casos de la voluntad propia, y se alcanza poco a poco, paulatinamente, a base de pequeños gestos y detalles, casi insignificantes si los consideras individualmente. No seremos mejores ni peores personas por empezar a colaborar con una ONG o por hacernos donantes de médula ósea, por poner sólo unos ejemplos; pero sí habremos escogido un rumbo significativo. Un poquito de aquí, un poquito de allá… Se trata de realizar cualesquiera pequeñas acciones que transiten todas en una misma dirección y que persigan siempre hacer el bien, la práctica de las virtudes y el alejamiento de las conductas maliciosas.

Necesitaremos dar un primer paso (que siempre es el que más cuesta, generalmente por algo tan absurdo como la pereza). Y para darlo, lo mejor es hacerlo hoy mismo. O mañana. Pero pasado mañana, ya no. Pongámonos un plazo máximo y cumplámoslo a rajatabla, como si de una obligación tributaria se tratara, cuyo incumplimiento acarrease sanción.

Mejorar requiere esfuerzo; poco y continuado, pero esfuerzo a fin de cuentas. Esperar mejorar como por arte de magia, gratis, no demuestra una verdadera voluntad, sino, en todo caso, un simple vano deseo.

En mis conferencias, por ejemplo, intento convencer de esto al oyente; y le animo a que, si quiere, empiece ya mismo, al día siguiente. Pongo en ello todo mi entusiasmo y hago todo lo que puedo. Pero, pese a ello, como le dije a mi amigo Ramón: “Yo puedo llegar hasta donde puedo llegar. Pero, evidentemente, la decisión depende siempre de cada uno…”.

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