Coaching y esteticismo
A veces, me da la impresión de que es como si no hubiera habido vida antes del coaching. Algunos defensores hooligans de esta disciplina la ven como una especie de panacea universal que puede resolver casi cualquier problema. Yo soy bastante más moderado. Creo en el coaching como creo en la psicología y como creo también en todo aquello que, de una forma u otra, pueda servir de ayuda o apoyo a una persona. Pero, al mismo tiempo, desconfío bastante de aquellos coaches que se alimentan de su artificial sonrisa de vendedor y que viven del falso mensaje de que todo es súper-mega-guay y tope chanchi-piruli. Como si no existieran los problemas…
Con la irrupción del coaching en nuestras vidas, salieron repentinamente coaches de debajo de las piedras: psicólogos (por supuesto), pero también médicos, abogados, ingenieros, arquitectos y profesionales de campos muy diversos recondujeron su actividad profesional al mundo del coaching. Así, como si nada, y de la noche a la mañana. Por eso, a mí me gusta distinguir:
- Los verdaderos coaches, profesionales formados en este campo, con título “serio” (acreditado y reconocido dentro del sector).
- Y los coaches de segunda fila, que se han auto-investido como tales tras haber participado en algún pequeño curso de unas semanas y obtenido el pertinente certificado de asistencia.
Mientras que los primeros me merecen todo el respeto del mundo (por lo general, suelen ser profesionales relacionados con el mundo de la psicología), me muestro bastante más escéptico en lo que se refiere a los segundos (generalmente, desempleados o profesionales liberales a quienes no les han ido demasiado bien las cosas en su profesión de origen). Me recuerdan siempre a una viñeta de “Misión de perros”, una historieta de Mortadelo y Filemón, en la que aparecía un tipo con pintas de modernete (melenita bien peinada, pelo teñido de rubio, etc.) que iba a casa de una marquesa para peinarla y, con aires de superioridad, ojos cerrados y amplia sonrisa, le decía a otro que se había encontrado en la calle: “No amigo, ya no me dedico a desatascar alcantarillas ¡Je, Je! ¡Ahora soy “esteticista”!”.
Pues bien, siempre pienso que el “esteticista” de 1.976 (año en que se publicó la historieta) hoy en día podría ser perfectamente este coach que yo llamo de “segunda fila”.
Por ejemplo, hay mucha gente que se cree que yo hago coaching; pero se equivocan de plano, pues en esta materia yo no tengo formación alguna, ni estudios de ningún tipo, ni conozco las técnicas propias del coaching, que entiendo están muy entroncadas con la psicología. Lo que ocurre es que yo predico cosas como que hemos de vivir la vida con ilusión, disfrutarla; que hemos de relativizar los problemas para valorarlos en su justa medida, y también que intentemos poner el acento más en el lado positivo de las cosas, que no en el negativo. Lo predico porque creo en ello, sin más. Lo mismo que trato de invitar a que seamos cada vez más amables y humildes, por ejemplo; o a luchar contra nuestros defectos para mejorar como personas. Y todo ello, la gente lo suele relacionar con el coaching. Y la verdad, ni siquiera sé si existe esa relación.
Lo que seguro que nunca me veréis – podéis apostar por ello – es dibujando la vida como un mundo lleno de florecillas y gráciles pajaritos revoloteando y trinando al compás de una música celestial de violines y trompetas, bajo un sol radiante que todo lo ilumina. Eso se lo dejo a los coaches de pacotilla o de segunda fila, que lo hacen muy bien. A mí me veréis más reconociendo que la vida es dura, muy dura en ocasiones y que todos tenemos nuestros problemas. ¿Alguno levantaría la mano si le pregunto si su vida ha sido un camino de rosas? Me enerva esta gente que pretende hacernos creer que todo es de ese color. Lo encuentro insultante para muchas personas, y además, totalmente infundado.
Ahora bien, la realidad de que no vivimos precisamente en Wonderland y que todos tenemos que lidiar con nuestros problemas, no es en absoluto incompatible con predicar los valores y la forma de vida en que creo honestamente. Lo cortés no quita lo valiente. En mi opinión, es precisamente esta cruda realidad la que nos debe empujar a ganar la batalla, a pelear con fuerza para que los problemas y las desdichas no terminen por ganarnos el pulso y nos conduzcan, a paso lento pero firme, hacia el valle de la depresión. Tenemos armas más que de sobras para ello, y la más potente de todas es nuestra actitud, que deberíamos cuidar con esmero para tenerla siempre presta para la batalla.
Pero además, si nuestras propias armas no fueran suficientes, siempre podríamos buscar ayuda externa en un profesional. Un buen psicólogo o un buen coach, por ejemplo, nos podrán ayudar muchísimo en momentos de flaqueza. Ahora bien, vigilemos entonces que no se trate de ningún desatascador de alcantarillas ni tampoco de algún “esteticista”.