ego

Ego de pasarela

11 JULIO 2016

A todos nos gusta el éxito. Sentimos satisfacción cuando hacemos algo y nos sale bien. En cualquier ámbito; tanto si se trata de cosas trascendentes como si de cosas fútiles: nos sentimos bien cuando hemos hecho un buen trabajo en el quirófano (cirujano), cuando ganamos un juicio (abogado) o cerramos una buena operación (ejecutivo, empresario); pero igualmente nos sentimos igual de bien cuando nos sale buena una tortilla de patatas o hemos tenido un buen día practicando nuestro deporte favorito.

También es cierto que cuando algo nos sale bien, por lo general, recibimos parabienes y felicitaciones de los demás, lo cual, como es natural, agradecemos.

Pero ¡cuidado! Cada vez que alguien ensalza nuestra labor, nos dice lo bien que hemos hecho algo o nos repite lo guapos que somos, le están echando un poquito de pienso a ese pavo que todos tenemos en nuestro corral y que llamamos “Ego”.

A “Ego” lo tenemos que cuidar con esmero. No podemos dejar que engorde demasiado, a riesgo de que su propia identidad animal nos absorba y hagamos del pavoneo – nunca mejor dicho – nuestra forma de vida. Está bien que lo alimentemos, pero siempre en su justa medida; con una dieta equilibrada, vaya. “Ego” nace y muere con nosotros, nos es consustancial. Y por ello no podemos despreciarlo ni abandonarlo. Hay “Egos” de todo tipo: la gente humilde (de espíritu), tiende a tener “Egos” más bien flacuchos; mientras que, por lo general, encontramos “Egos” rollizos – a veces alcanzan la obesidad – entre las personas soberbias, engreídas y que viven de la apariencia (la cual necesitan como el aire que respiran).

Un amigo mío, persona de éxito que goza de gran popularidad en España, me dio un sabio consejo no hace mucho: “Si ves que la gente empieza a adularte con frecuencia, ponte alerta: es muy fácil entonces que te lo acabes creyendo y te puedes convertir en otra persona distinta, en un imbécil. Echarías por tierra todo aquello por lo que te los habías ganado”. Y menudo consejo más acertado. Nuestro querido “Ego”, aunque parezca un animal inofensivo, tiene mucho más poder del que imaginamos: ¡puede llegar a cambiarnos como personas!

“Ego” no deja de ser una mascota, y, como tal, no puede imponerse sobre nosotros. Como decía antes, hemos de alimentarlo equilibradamente y mantenerlo con vida, pero nunca dejar que nos convierta en unos cretinos.

Todos conocemos a personas que tienen una altísima consideración de sí mismas: son los mejores en todo lo que hacen, los más guapos, los que ligan más, etc. Si opinan de algo, son doctos en la materia; y, por supuesto, no alcanzan a comprender qué quiso decir exactamente ese señor tan sabio de la antigua Grecia – “Sí, hombre, ese… ¿Cómo se llamaba? ¿Aristóteles? ¿Platón? ¿O era Calígula?” – cuando dijo “Sólo sé que no sé nada”. Seguramente debió equivocarse o la frase debe haber sido sacada de contexto…

El “Ego” de estas personas, por supuesto, no cabe en su corral de gordo que está…

Si esto fuera un extremo del camino, me avergüenza tener que reconocer que hubo un tiempo en el que estuve caminando cuesta abajo hacia ahí; pero afortunadamente supe – o tuve la fortuna de – parar a tiempo, darme la vuelta y empezar a caminar en sentido contrario. ¡Y pobre de “Ego” si se le ocurre querer darme la vuelta otra vez! Por si acaso, ya vigilaré que nadie lo alimente y de irle racionando yo personalmente la comida, para evitar que engorde. Es más, voy a ver si encuentro algún pienso light y consigo dejarle hecho un figurín, con un cuerpo esbelto; vamos, como para desfilar por una pasarela.

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