¡Que el esfuerzo te acompañe!

3 SEPTIEMBRE 2015

Siempre he pensado que la presuntuosidad, el creerse más listo que los demás, es mala compañera de viaje. Es mucho más aconsejable apoyarse en la humildad, su irreconciliable enemiga. Por eso defiendo que cuando alguna personalidad o autoridad en una materia determinada hace alguna afirmación a modo de “sentencia”, es bueno tenerla presente; pues el simple hecho de admitir desde la humildad su mayor ciencia, a no creer que “yo sé más que nadie”, me inclina a pensar que la “sentencia” tendrá algún fundamento importante.

Esta reflexión se va multiplicando a medida que son más y más las personas que, con autoridad máxima en muy diversos campos, coinciden en una afirmación o pensamiento. Entonces, para mí, la “sentencia” se convierte en evidencia.

Si buscamos un punto de coincidencia entre las primeras espadas de las materias más variopintas a lo largo de toda la historia, desde los pensadores griegos hasta las estrellas del deporte, pasando por científicos, artistas, filósofos y cualquier otra personalidad destacada, sin duda lo encontramos en el valor que todos ellos atribuyen al esfuerzo, a la perseverancia y a la constancia.

Paradójicamente, la sociedad moderna parece invitar en cierta medida – sobre todo a la juventud – a prescindir de estos valores, y a buscar el éxito por la vía rápida, y cuanto más rápida, mejor. ¿Estarán equivocadas todas esas personalidades a que antes me refería? ¿Realmente no fueron el esfuerzo y la constancia un elemento fundamental en la consecución de sus objetivos?

A muchos jóvenes y adolescentes les fascina la posibilidad de poder llegar a amasar ingentes fortunas de dinero en un espacio de tiempo relativamente corto, a lo Mark Zuckerberg, Bill Gates o Steve Jobs. Y claro que es algo fascinante. Y claro que es posible (la evidencia está ahí). Pero creo que es misión nuestra, de los adultos, enseñar a nuestros hijos, desde nuestra experiencia, a diferenciar entre la regla general y la excepción.

La regla general está en el esfuerzo y en la constancia, como elementos indispensables para conseguir tus objetivos. La excepción es que te toque la lotería o crear una start up y venderla por miles de millones. La posibilidad, repito, existe; pero no has de confiar en ella ni marcártela como objetivo. Algunos jóvenes me replican diciéndome que trabajando no te puedes hacer millonario. Entiendo que el objetivo de “hacerte millonario” es bastante triste, vacío.  Para mí, un objetivo ha de ser más inmaterial. Para alcanzar un objetivo has de perseguir enconadamente una idea; y si por el camino, por ejemplo, creas una start up y luego la vendes por una millonada, mejor para ti. También puedes, pues, llegar a millonario sin que ese sea tu principal objetivo. Y lo habrás hecho gracias a tu esfuerzo, porque el esfuerzo no se debe aplicar sólo al trabajo, sino también a defender tus ideas, a perseguir tus sueños y ambiciones y, sobre todo, a no rendirte nunca.

Si, poco a poco, aprendemos a disfrutar más por el esfuerzo realizado en lugar de sólo por el éxito alcanzado, una cosa tenemos segura: que disfrutaremos más a menudo.

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