El «no», la última opción.

23 OCTUBRE 2018

El otro día volví a ver la película “Negociador” (1998), dirigida por F. Gary Gray y protagonizada por Samuel L. Jackson y Kevin Spacey. Es de esas pelis entretenidas, perfectas para ver tumbado en el sofá, un sábado por la tarde.

En ella, Samuel L. Jackson da vida a un prestigioso negociador de la policía que se ve envuelto en una trama de corrupción policial y se hace fuerte con unos rehenes para intentar demostrar su inocencia. En una escena de la película, le explica al pobre novato que ponen a negociar con él su entrega y la liberación de los rehenes, lo que puede y no puede decir nunca en una negociación con un secuestrador; y una de las cosas que le cuenta es que jamás, bajo ningún concepto, puede utilizar la palabra «no». Samuel L. Jackson le pone a prueba con algunos ejemplos y, en todos ellos, el apocado aprendiz termina siempre cayendo en la trampa y pronunciando la palabra fatídica.

Y es que, a veces, es muy difícil no decir «no». Nos encontramos a menudo en situaciones en las que nos gustaría poder hacer o conceder aquello que se nos pide, pero que, por determinadas circunstancias, no podemos hacerlo. Y sabe mal, la verdad. Fastidia no poder prestar la ayuda que se nos solicita o colaborar en la solución que se nos plantea. Pero no hay más remedio.

Ahora bien, también es cierto que existen formas y formas de dar a uno con la puerta en las narices. Cuando alguien acude a ti convencido o, cuando menos, razonablemente esperanzado de conseguir un «sí, claro», «sí, por supuesto» o cualquier fórmula similar, no es lo mismo enfriar poco a poco sus ilusiones que echarle de golpe un jarro de agua gélida, que lo deje unos instantes desconcertado y patidifuso. En ocasiones sabemos de antemano que la respuesta final, ineludiblemente, acabará siendo «no», porque no puede ser de otra manera; pero, aun así, tratamos de mostrarnos condescendientes con quien no se espera nuestra negativa, y, antes de rendirnos a ella, agotamos todas las posibilidades que se nos puedan ocurrir para intentar salvarla. Buscamos alternativas y subterfugios, y atendemos con interés cualquier sugerencia que se nos ofrezca en el momento para encontrar una solución satisfactoria. Vamos, que hacemos lo posible para no decepcionar a quien, de alguna manera, nos necesita, por muy baladí que pueda ser la cuestión de que se trate.

La actitud contraria, tristemente, no es demasiado infrecuente.

Existen personas que parecen disfrutar dispensando noes a diestro y siniestro, generalmente como forma de demostrar una raquítica y puede que meramente puntual autoridad sobre quien recibe y sufre la negación. El jefecillo de tres al cuarto que quiere marcar su territorio, el funcionario desganado, el camarero poco servicial o, en general, cualquiera que tenga la sartén por el mango en el momento de recibir la petición o favor que sea, por muy intrascendente que la misma pueda ser: variar un procedimiento habitual, saltarse una pequeña regla baladí o hasta hacer una simple fotocopia.

La fórmula suele ser bastante parecida en la mayoría de los casos: se pregunta si se puede esto o lo de más allá y se responde con un escueto «No, lo siento», acompañado por una apócrifa expresión lastimera y una mirada que se mantiene fija, impertérrita y retadora frente a la persona que, sin entender muy bien por qué, ve frustradas sus intenciones. Por supuesto, ese «lo siento» es meramente retórico, pues los únicos sentimientos que traslucen por ahí son de imposición y victoria (¿?), y de regodeo y regocijo por el dardo certeramente lanzado.

En ocasiones, no podemos evitar tener que decir que no cuando alguien acude a nosotros con la esperanza de obtener un «sí» que parece bien razonable. Cuando me toque a mí esta engorrosa tarea, confío al menos en saber transmitir a la persona que sea mi sincera decepción por no haber podido darle una solución distinta; espero que aprecie mi interés por agotar todas las alternativas, antes de tener que cerrarle la puerta; espero que se percate de que, para mí, el «no» que se habrá llevado habrá sido mi última opción.

2 comentarios para "El «no», la última opción."

  1. Fernando Aparicio - 4 diciembre, 2018 (1:07 pm)

    Excelente reflexión, Sebas. ¡El no conlleva tantas cosas que NO deben aflorar nunca!

    Un cordial saludo

    1. Sebas Lorente - 4 diciembre, 2018 (3:29 pm)

      Gracias por tu comentario, Fernando. Me alegro de que te haya gustado el artículo. Un saludo.

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